Política
Panorama electoral

El "Síndrome de la puta pobre" se adueña del escenario político

Martín Migueles, precandidato a intendente de Juntos por el Cambio, junto a Horacio Rodríguez Larreta.

Dicen en el barrio que el "Síndrome de la puta pobre" identifica a aquel personaje que pone cara de "yo no mato una mosca" pero que por detrás se las trae. Dícese del fulano (o fulana) que por dos mangos (dicho de manera figurativa ya que apela a la manipulación para obtener cualquier beneficio personal) es capaz de adoptar cualquier imagen o realizar cualquier tarea por desagradable o indigna que sea pero que toma una apariencia de inocencia total.

Con la mejor cara de perrito mojado se desligan de su historia y se presentan con la sonrisa de quien nada debe y nada teme pero en pueblo chico... Seguramente cruza por la cabeza del lector una fila interminable de políticos que en un momento u otro pasaron por la función pública y en la actualidad vuelven con espíritu renovado y la actitud de un recién nacido del repollo.

De la horda de precandidatos que aspiran a sentarse en el sillón de Murga, uno anda muy cerquita de esa descripción. Martín Migueles, precandidato de Juntos por el Cambio, hace años que tiene la sangre en el ojo y desde la época en que era uno de los protegidos del fallecido sindicalista Gerónimo Venegas espera su turno para ser candidato a intendente.

Uno de los primeros indicios de que Migueles era portador del “Síndrome de la puta pobre”, apareció poco después del fallecimiento del recordado Gastón Guarracino con un monumental berrinche al enterarse de que él no fue elegido como su sucesor.

En un momento en el que Necochea y los necochenses necesitábamos que "la casta" permaneciera unida y a la altura de lo que implicó la pérdida de quien ya había sido elegido en el corazón de la gente, Martín Migueles los traicionó sellando alianza con Roberto Porcaro.

Consciente o no fue parte fundamental del proyecto de expansión político-económico de quien fuera el hombre de confianza de los Kirchner que incluyó hacerse con el manejo del municipio, el puerto y la cooperativa eléctrica, es decir la suma del poder político y económico del distrito de Necochea.

Por esa época se vio a Migueles festejando la primavera kirchnerista abrazado a Roberto Porcaro, Horacio Tellechea, Gabriel Mariotto, Gustavo Florentín. La cosa no terminó como la soñaron. A Horacio Tellechea lo destituyó el Concejo Deliberante por irregularidades en la compra de equipos médicos, Porcaro en la mira de la Justicia Federal imputado por recibir supuestas coimas que volcaron la balanza a favor de un grupo empresarial ligado a Lázaro Báez en la entrega de terrenos estratégicos en Puerto Quequén y él se quedó sin el pan y sin la torta.

Una década después aparece reciclado y con la fórmula de la Coca Cola bajo el brazo, reivindicando su pasado.

Su paso por la Usina Popular Cooperativa dejó una huella difícil de esquivar ya que al día de hoy se siguen pagando las consecuencias de su administración. Desde la conflictividad gremial más alta que se tiene registro, a pérdidas millonarias en proyectos descabellados como un estudio de radio y televisión a todo trapo, su propia versión de un banco como la Caja de Crédito o una red de telefonía móvil, cada paso de Migueles al frente de la Usina ocasionó un fuerte perjuicio a la institución y a los vecinos de Necochea.

A la hora de abrir los grifos y agrandarse como galleta en el agua, Migueles lo hizo a lo grande. El edificio de la Cooperativa de Crédito (que pagamos los necochenses con la nefasta cuota capital), le costó a la Usina en el año 2009 nada menos que 600 mil pesos, actualizado al 2023 teniendo en cuenta la inflación acumulada durante este período da una suma cercana a 25 millones de pesos. Vale resaltar que actualmente tiene el contrato vencido y la cooperativa eléctrica ha iniciado juicio de desalojo.

La Usina puso el terreno, construyó el edificio y se lo entregó a Cooperativa de Crédito del Sudeste en comodato por 10 años. El capital inicial lo pusieron Puerto Quequén, el Centro de Acopiadores de Cereales, la Cámara Arbitral de Cereales y SADOP, Sindicato Argentino de Docentes Privados. El monto mínimo invertido en ese momento fue de 2.250.000 de pesos; actualizado al día de hoy hablamos de un valor de casi 58 millones de pesos (1 millón unidades de valor adquisitivo).

Nobleza obliga, aunque no le quito al lector el mérito de buen observador, hay que reconocer que Martín Migueles no es el único candidato afectado con el síndrome de la puta pobre.

Los hay en todos los partidos políticos; la fórmula más clara de reconocerlos es su permanencia por más de una década pululando de un cargo a otro (o por lo menos queriendo mojar el pancito) y si al momento de las grandes promesas (como una que siendo ñoqui de la Legislatura Nacional promete achicar la planta de funcionarios, bajar impuestos y convertirnos en Necoland) no pueden explicar con claridad qué van a hacer, cómo lo van a hacer y con qué lo van a financiar, ese candidato es una muestra del “Síndrome de la puta pobre” en su máxima expresión.

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